
La crisis energética en Cuba se profundiza, con más de siete unidades generadoras fuera de servicio y severos déficits de generación, mantenimientos y averías que mantienen a la población sumida en prolongados apagones que alcanzan fácilmente las 20 horas.
El Sistema Eléctrico Nacional (SEN) de Cuba inició la jornada del miércoles con una disponibilidad de apenas 2.015 megavatios (MW), mientras la demanda alcanzaba los 3.000 MW, lo que provocó un déficit inmediato de 1.002 MW. Las autoridades proyectaron que para el mediodía la situación seguiría crítica, con un déficit estimado de 950 MW.
Entre las causas de la crisis figuran tanto averías como mantenimientos programados en importantes centrales termoeléctricas. Una avería en la Unidad 2 de la central Termoeléctrica (CTE) de Felton ha mermado significativamente la generación, mientras otras unidades, como la 8 de Mariel, la 2 de Santa Cruz, la 4 de Cienfuegos y la 5 de Renté, permanecen fuera de servicio por trabajos de mantenimiento. Además, otros 432 MW están limitados por problemas térmicos.
La situación se agrava aún más por la escasez de combustible, que ha obligado a paralizar 79 centrales de generación distribuida, las cuales aportaban 598 MW, así como 150 MW adicionales correspondientes a una barcaza generadora (patana) ubicada en Asticar. En total, la falta de combustible mantiene fuera de servicio 748 MW adicionales.
Aunque para la noche se prevé recuperar alrededor de 250 MW gracias a la reactivación parcial de motores y la puesta en marcha de generadores en la patana de Asticar, la demanda máxima se estima en 3.680 MW, lo que dejaría un déficit nocturno de entre 1.415 y 1.485 MW.
Este panorama de apagones prolongados tiene consecuencias severas para la vida cotidiana en la isla. La población enfrenta dificultades para conservar alimentos, cocinar, estudiar o descansar, mientras sectores clave de la economía, como el transporte, las telecomunicaciones y la producción industrial, ven mermadas sus operaciones.
El Gobierno cubano ha implementado apagones programados para intentar distribuir de forma más equitativa las interrupciones del servicio eléctrico. Sin embargo, las autoridades reconocen que no cuentan con inversiones suficientes ni soluciones inmediatas para revertir la crisis energética, por lo que se prevé que las afectaciones se mantendrán, especialmente durante las horas pico de consumo. La incertidumbre y el descontento social crecen en medio de una crisis energética que, lejos de encontrar alivio, parece profundizarse en el corto plazo.
Por años, el deterioro de las centrales termoeléctricas ha sido el talón de Aquiles del sistema eléctrico cubano. Hoy, su estado técnico crítico impide cualquier mejoría sostenible en el servicio y condena a la población a apagones cada vez más prolongados. Los problemas no son coyunturales, sino estructurales: las plantas cubanas acumulan más de cuatro décadas de explotación y desgaste, con tecnología obsoleta y piezas difíciles de reponer debido a la falta de financiamiento y restricciones de importación.
Centrales estratégicas como Felton, Mariel, Santa Cruz del Norte, Cienfuegos, Renté y Antonio Guiteras operan en un frágil equilibrio. Las máquinas sufren averías frecuentes, y las intervenciones de mantenimiento, lejos de ser preventivas, son casi siempre reactivas: se reparan solo tras fallas graves, lo que incrementa el riesgo de colapsos en cadena.
Incluso las unidades en funcionamiento no producen a plena capacidad. Varias plantas están sometidas a limitaciones térmicas por problemas en calderas, turbinas y sistemas de refrigeración. Esto provoca que la energía disponible sea muy inferior a la potencia nominal instalada.
En el caso de Antonio Guiteras, en Matanzas, considerada la planta más robusta de la isla, sus 330 MW resultan decisivos para la estabilidad del SEN. Sin embargo, sus operaciones son intermitentes debido a fallos mecánicos y falta de repuestos, convirtiéndola en una pieza de un dominó energético que puede derrumbarse en cualquier momento.
El diagnóstico oficial es claro: mientras no lleguen grandes inversiones en rehabilitación o nuevas plantas, el país continuará atado a un parque energético inestable, viejo y profundamente vulnerable. Las soluciones temporales, como los apagones programados, apenas amortiguan el golpe, pero no eliminan la raíz del problema.
En síntesis, la crisis eléctrica cubana es mucho más que apagones: es el resultado de décadas de desgaste tecnológico, falta de mantenimiento estructural y carencias de combustible. Mientras estos factores persistan, la luz en Cuba seguirá dependiendo de un sistema al borde del colapso, incapaz de garantizar un servicio eléctrico estable para su población.