
Un nuevo derrumbe en un edificio de Centro Habana ha dejado a más de una decena de familias sin hogar, obligadas a permanecer en la calle sin alternativas de refugio seguras. El accidente, ocurrido tras el colapso de una habitación en el tercer piso que se desplomó sobre el segundo nivel, volvió a poner en evidencia la precariedad del parque habitacional en la capital cubana, donde miles de inmuebles presentan riesgo de desplome por falta de mantenimiento.
Familias desplazadas sin soluciones oficiales
El siniestro afectó directamente a unas 15 familias que habitaban en el inmueble. Sin un plan de reubicación inmediato, muchos vecinos permanecen en los alrededores del edificio, custodiando las pocas pertenencias que lograron rescatar. Otros improvisaron refugios en pasillos y áreas comunes, transformando corredores y escaleras en espacios de subsistencia. La incertidumbre y la desesperación marcan la vida de estas personas, que denuncian sentirse abandonadas por las autoridades.
En plena madrugada del lunes, un edificio ubicado en la calle Reina, entre Manrique y San Nicolás, se desplomó repentinamente, dejando a unas 15 familias en la calle y a una anciana de 75 años ingresada en un hospital. El sitio de noticias Cubanet realizó un video en el que muestra a las familias en vilo constante para resguardar sus pertenencias apiladas. Una de las afectadas exclamó: “¿Por qué no nos mandan para el hotel Lincoln que está vacío? Yo no voy para el campo, porque allá me muero de hambre”,
Una tragedia que no es aislada
Los derrumbes en La Habana son frecuentes. La capital cuenta con un alto número de edificaciones construidas en la primera mitad del siglo XX que no han recibido el mantenimiento adecuado durante décadas. Según estimaciones independientes, más de un tercio de las viviendas habaneras presentan algún grado de deterioro estructural, y al menos 60,000 personas viven en condiciones catalogadas como de “peligro inminente”.
La situación se agrava con la falta de materiales de construcción, la burocracia estatal y el elevado costo de rehabilitar inmuebles en un contexto de crisis económica. Los ciudadanos se quejan de que las reparaciones suelen llegar tarde o nunca, mientras el Estado destina recursos a otros proyectos de interés político o turístico.
Impacto humano y vulnerabilidad social
El drama de estas familias va más allá de la pérdida de un techo. Muchas de ellas incluyen a niños, ancianos y personas enfermas que ahora enfrentan la intemperie sin acceso a servicios básicos, agua potable o alimentación estable. La falta de albergues provisionales y la sobrepoblación de los existentes agrava la situación. En algunos casos, los damnificados pasan meses, e incluso años, en refugios improvisados antes de recibir una solución habitacional definitiva.
Antecedentes y demandas ciudadanas
En los últimos años, se han registrado decenas de derrumbes en barrios como Centro Habana, Habana Vieja y Diez de Octubre, algunos con víctimas mortales. Cada tragedia ha generado llamados de organizaciones de la sociedad civil y denuncias en redes sociales, exigiendo mayor transparencia y acciones inmediatas. Sin embargo, la respuesta oficial suele limitarse a medidas paliativas temporales, sin resolver de fondo la crisis estructural de la vivienda en Cuba.
Un problema estructural y político
El deterioro de los edificios habaneros refleja el fracaso de la política de vivienda en la isla. Durante décadas, el Estado ha sido el principal propietario y administrador de los inmuebles, pero su incapacidad de garantizar mantenimiento regular ha desembocado en un escenario de colapso generalizado. A esto se suma la falta de incentivos para la inversión privada en el sector, lo que impide renovar un patrimonio arquitectónico que forma parte de la identidad cultural de La Habana.
El futuro incierto de los damnificados
Por ahora, las familias afectadas siguen viviendo en la calle, sin claridad sobre cuándo recibirán ayuda real. El derrumbe se convierte así en un recordatorio de la fragilidad de la vida cotidiana en la capital cubana, donde un techo seguro se ha transformado en un privilegio y no en un derecho garantizado.
Mientras los escombros permanecen como símbolo del abandono, los damnificados esperan una respuesta oficial que les permita recuperar la dignidad perdida junto con sus hogares.