
Cuba atraviesa una de las etapas más críticas de su ya debilitado sistema energético, con apagones prolongados que se han convertido en parte de la rutina diaria de millones. A la escasez crónica de combustible, alimentos y medicamentos se suma ahora un déficit eléctrico cada vez más severo, que alcanza niveles alarmantes en medio del calor sofocante del verano.
En la mañana de este sábado 7 de junio, la estatal Unión Eléctrica (UNE) informó a través de sus redes sociales una afectación máxima de 1,500 megavatios (MW) registrada la noche anterior, a las 9:50 p.m., justo en el horario pico de consumo nacional. La causa: una falla imprevista en la unidad 5 de la central termoeléctrica de Nuevitas, lo que agravó aún más una situación crítica y superó las ya limitadas previsiones de la empresa.
Para la jornada de hoy, la UNE proyectó una disponibilidad de apenas 2,010 MW frente a una demanda estimada de 3,450 MW. El resultado: un déficit de 1,440 MW y una afectación potencial de hasta 1,510 MW, según reportó el diario oficialista La Demajagua.
El colapso energético no es un episodio aislado, sino el reflejo sostenido de un sistema en ruinas. En varios municipios de La Habana se han registrado apagones de hasta 20 horas, mientras que en provincias del interior y zonas rurales las interrupciones son aún más severas, dejando a familias enteras sumidas en la oscuridad absoluta.
La falta de electricidad paraliza mucho más que la vida cotidiana. Con cada corte, miles de cubanos pierden los pocos alimentos que logran conseguir a precios astronómicos, enfrentan interrupciones en el suministro de agua potable y soportan temperaturas extremas sin medios para combatirlas. En muchos hogares, los refrigeradores permanecen apagados durante horas, y las consecuencias sanitarias y económicas se acumulan sin una solución a la vista.
El estado crítico del sistema electroenergético cubano —marcado por centrales termoeléctricas obsoletas, dependencia casi total de combustibles importados y una infraestructura colapsada— es apenas una arista de una crisis estructural más profunda. A ello se suman décadas de desinversión, abandono institucional, opacidad administrativa y una política energética improvisada y sin transparencia.
Este escenario de policrisis —económica, social y política—, agravado por la inercia de un régimen que acumula más de seis décadas en el poder, ha encendido el malestar ciudadano. El hartazgo se manifiesta con creciente visibilidad: en las calles, en las redes sociales, en el murmullo popular que ya no puede ser sofocado por la propaganda oficialista.
Ahora, a la crisis energética se suma una ola de indignación por el aumento de las tarifas de internet móvil, anunciadas por la estatal ETECSA el pasado 30 de mayo. El nuevo paquete de tres gigabytes por 3,360 pesos cubanos (CUP) equivale a casi el triple del salario mínimo y resulta inasequible para la mayoría. Sorprendentemente, la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), históricamente alineada con el oficialismo, ha salido a expresar su inconformidad. Lo notable es que la protesta ha surgido desde las bases derivando en un movimiento estudiantil que ya se extiende por varias universidades y ha inquietado seriamente al régimen de Miguel Díaz-Canel y Raúl Castro.
Lo que ocurre hoy en las universidades podría ser un punto de inflexión. En un país donde la juventud ha sido tradicionalmente uno de los pilares de legitimidad del poder revolucionario, la ruptura del consenso estudiantil marca un síntoma profundo de desgaste. La convergencia de crisis —eléctrica, económica, tecnológica y generacional— perfila un escenario de creciente inestabilidad para un gobierno que, cada vez más, se enfrenta no solo al colapso de su infraestructura, sino también al de su credibilidad.