
En medio del lujo y los altos precios de la ciudad de Miami Beach, un grupo de personas ha optado por una vida fuera del sistema, literalmente. La realidad de vivir anclado en un barco, una opción que parece sacada de una película, es una solución adoptada por decenas de personas que han decidido desafiar el sistema inmobiliario tradicional y buscar un estilo de vida distinto.
Varias personas han hecho de sus barcos su hogar, fondeados en la bahía, como una forma de resistir a los alquileres imposibles, al control institucional y a un modelo económico que consideran excluyente. Sin embargo, esa libertad tiene fecha de vencimiento: las autoridades locales están decididas a desalojarlos.
Actualmente, vivir en un apartamento en Miami Beach cuesta entre $4,000 y $6,000 dólares al mes, lo que ha empujado a muchas personas a buscar alternativas. Para algunos, esa alternativa es un barco. “No puedo pagar un alquiler, y tampoco quiero hacerlo. Me gusta el mar”, explica Marcos, un cubano que vive en su velero desde hace años. Como él, otros residentes han transformado viejos pontones o pequeñas embarcaciones en casas flotantes.
Pero esta forma de vida no es tan “gratis” como parece. Miguel, un madrileño que lleva una década viviendo en un velero, detalla: “Vivir en un barco es la forma más cara de vivir gratis. Entre mantenimiento, agua, electricidad y reparaciones, se te van unos $800 mensuales fácilmente. Y eso sin contar emergencias o tormentas”.
A pesar de los desafíos —huracanes, robos, falta de acceso a servicios básicos— la comunidad se mantiene unida. Muchos se apoyan entre sí para resolver problemas cotidianos, desde reparar un motor hasta compartir agua potable. “Nos odiamos y nos queremos, como una familia”, dice uno de los habitantes.
Sin embargo, las autoridades locales han comenzado a aplicar nuevas regulaciones para forzarlos a salir. Según los residentes, la zona es codiciada como “prime real estate” y el gobierno no quiere personas viviendo fuera de su control fiscal y territorial. La normativa prohíbe dormir fondeado sin pagar una tarifa diaria, lo que convierte a muchos en “criminales” a los ojos de la ley por simplemente dormir en su propio barco.
“Están tratando de sacarnos con multas, amenazas de arresto y restricciones que no ofrecen alternativa. Quieren que volvamos a alquilar, a pagar impuestos, a estar bajo control”, denuncia Néstor, un venezolano que ha vivido más de 17 años en el mar.
Lo que empezó como una necesidad, en muchos casos, se ha convertido en una filosofía de vida. Para Miguel, “salirse del sistema es perder el miedo. Cuando ya no tienes nada que perder, eres libre”.
La comunidad flotante de Miami Beach, que en su momento llegó a tener más de 100 residentes, ahora apenas supera las 20 personas. Muchos se han marchado, pero los que quedan resisten. “Nos quieren fuera porque nuestra existencia es una comparativa incómoda. Vivimos con poco, pero vivimos bien. Sin estrés, sin hipotecas, sin jefes”, concluye uno de ellos.
El futuro de esta comunidad es incierto. Mientras las autoridades presionan con nuevas leyes, ellos se aferran al ancla, al agua, y a la idea de que otro estilo de vida es posible —aunque no sea para todos.
Los residentes enfrentan múltiples retos: acceso limitado a agua potable, electricidad limitada a sistemas de 12 voltios, mantenimiento constante de las embarcaciones y la inseguridad de no tener un lugar fijo para amarrar sus dinguis (pequeñas embarcaciones auxiliares). Además, deben lidiar con la amenaza constante de arrestos o multas si no cumplen con las regulaciones impuestas.
Otro problema es la presencia de barcos abandonados en la bahía, que complican la convivencia y la imagen de la comunidad. Sin embargo, quienes viven en barcos defienden su derecho a elegir esta forma de vida, que para muchos es una necesidad más que una opción.
Los testimonios revelan una crítica profunda al sistema económico y social actual, que concentra la propiedad de la tierra y el control en pocas manos. La imposibilidad de acceder a viviendas asequibles empuja a muchos a buscar alternativas fuera del sistema, pero el sistema responde con medidas para mantener el control y la dependencia.
La comunidad flotante representa una forma de resistencia y un cuestionamiento del modelo dominante, aunque también es consciente de que esta lucha es desigual y que las soluciones a largo plazo requieren cambios estructurales profundos.
Vivir en un barco en Miami representa para muchos una alternativa real ante la crisis de la vivienda, una forma de reducir costos y ganar libertad. Sin embargo, esta forma de vida está en peligro debido a las políticas restrictivas y la presión de intereses inmobiliarios que buscan controlar el espacio marítimo.